Llegó el verano. Nunca me gusto completamente. Si, soy un devoto del calor agobiante, como pocos.Pero detesto el turismo masivo. Una sensación de incomodidad y abarrotamiento que se prolonga por siete, quince o hasta treinta días. No basta con disponer de un mundo tan grande a nuestro alcance, que pareciera ser que todos optamos el mismo destino turístico, para la misma fecha.
Las ciudades colapsan su capacidad de carga. Los medios se llenan del festín mediático y notas de color que nos provee la escasez de ropa de la temporada. Se asemeja al "País del nunca jamás", donde todos nos comportamos como niños. Niños, en algunos casos, barbudos, donde quiera que uno vaya.
Todos regocijándose en el metro cuadrado de arena que, tras batallar, logran conquistar. No importa si esta lleno de vidrios, bolsas o colillas de cigarrillos, "estaba así cuando llegamos". Y sin embargo, no hacemos nada por mejorarlo. Sino que contribuimos al paisaje arrojando más basura. Hasta el punto de contaminar lugares, que algún día pudieron dejarnos boquiabiertos.
No nos alcanza con poder disfrutar de cientos de locaciones distintas, que brindan sus servicios y ceden sus paisajes para que, los que vivimos enterrados entre edificios, tránsito y adoquines, podamos disfrutarlas.
Comprendí que lo que nos sucede, es que imponemos nuestra voluntad sobre el derecho de otros. ¿Acaso somos más valiosos? Ni más, ni menos. Somos humanos, todos por igual. Sorprende pensar que siendo, supuestamente, la especie más evolucionada, nos hayamos olvidado de evolucionar en uno de los aspectos más importantes y decisivos para la convivencia. El respeto.
Respetar implica una connotación. muy amplia. Ceder, poder sustraernos de nuestra propia perspectiva. Pero a mi entender, el respeto implica conciencia. Porque sin conciencia, no tendríamos límites. No me refiero a los limites que nos son impuestos, sino a los que nos establecemos a nosotros mismos. Porque la conciencia los marca. Nos dice "hasta acá llegaste" Y esos limites, se están perdiendo. ¿Por qué? Fácil. Porque estamos perdidos en nosotros mismos. Nos miramos tanto tiempo el ombligo, que perdemos la noción de su profundidad. En algunos casos, creyéndolo infinito.
No levantamos la cabeza. Un poco por culpa nuestra, porque somos los que perpetuamos este comportamiento. Pero otro poco de culpa la tienen los medios. Nos pasamos horas y horas frente a la caja boba. Creo que, si calculáramos proporcionalmente el tiempo que pasamos despiertos, pero estáticos, frente a la televisión, en algunos casos, llegan a ser veinte años. Veinte años de nuestra fugaz y efímera vida, desperdiciados totalmente. Quiero creer que nadie, en su lecho de muerte, recordará alguna serie de televisión, o una escena de película. Compadezco al que lo haga.
Los medios nos hacen creer que somos únicos, que vivimos aislados del resto, para incorporarnos a la colectividad cuando nos plazca. Es mentira. Nada más alejado de la realidad, que el mundo que consumimos y nos venden. Ese es el fín de los mensajes, vendernos. Aislarnos. Somos mejores consumidores aislados.
Así como a veces nos sentimos individuos auténticos, únicos,llaneros solitarios, lo transladamos al resto de nuestras vidas. Perdiendo la verdadera percepción de la realidad. Somos colectividad,antes que individuos. Ya hace tiempo nos olvidamos de ello.
No propongo llevar a cabo un cambio radical en nuestras vidas, que nos derive en ser altruístas. Sería hipócrita de mi perte. Pero si nos paramos en una esquina durante diez minutos, sin pensar en nosotros mismos, y miramos a nuestro alrededor, podremos ver que hay vida en este mundo, y que nuestra existencia no será trascendental, más que para nuestros allegados y nosotros mismos.
Tengo que terminar. Una cosa me lleva a la otra. No puedo parar, ni evitarlo. Es más fuerte que yo. Desde chiquito, siempre lo fue. Ahí está, por fín. Terminó el corte comercial. Continúa la transmisión. Ya puedo respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario