Hoy me toca viajar en Subte. Cómo lo detesto. Me trae malos recuerdos. Pareciera ser la máxima expresión de la densidad, tanto demográfica como de olores, y también la pre-visualización de la futura escasez de oxígeno del planeta. Tal calor agobiante, probablemente por su proximidad al mismo infierno, nos llega a hacer añorar, a los más devotos al verano, que suceda un invierno nuclear, del tipo polar, que logre aplacar rápidamente nuestro sofocamiento.
Me resulta imposible de creer, sin importar lo convincente que pueda llegar a sonar, que haya individuos dispuestos a defender el subte, sacrificando su "derecho" a exigir un servicio de respetable calidad, justificándose de forma cuasi irrisoria, el ahorro de media hora de viaje por día.
Si, ya lo se, el tiempo es dinero. Pero el dinero no compra la tranquilidad; y mucho menos el oxigeno! Porque convengamos que la tranquilidad se podría llegar a financiar, gracias al querido psicoanálisis (muchos sabrán de lo que hablo), pero los árboles, hasta la última vez que corrobore, no toman el dinero como medio de pago.
El subte se transformó paulatinamente en uno de los tantos calvarios que día a día, los porteños debemos asimilar y adoptar a nuestras vidas. Y esto hace que Buenos Aires haya dejado de ser la ciudad que, para nuestros abuelos (y padres en algunos casos), logró significar oportunidades. Cientos, miles de oportunidades. Dejó de serlo, para transformarse en un conglomerado de situaciones estresantes y personas para las cuales, la tranquilidad o bienestar ha dejado de encontrarse en su lista de prioridades.
Y así también, paulatimante, hemos visto como nos vamos despojando de otras cosas, no menos importantes. No por elección personal, sino por necesidad o por perder la noción de lo que verdaderamente importa. Así fue como se perdieron otros valores, como la ética comercial y la moral (no religiosa, a no confundir por favor!). Porque ya no se puede vivir en Buenos Aires, sino sobrevivir. Porque las oportunidades cada día son menos y somos más los pendientes de conseguirlas! Y lamentablemente, los que las consiguen, terminan siendo los mismos de siempre.
Estos valores, tan importantes para nuestros abuelos, parecerían haberse transformado en términos de un lenguaje ancestral, que logran miradas extrañas en la persona que los oiga nombrar. No por el desconocimiento de su significado, sino porque, en vez de admiración o respeto, generan en el otro una imagen ingenua de uno mismo.
Me pregunto que deparará el futuro de esta ciudad a nuestra generación. Si la parábola continuará decreciendo, o si estaremos necesitados de la decadencia intolerante de esta sociedad urbana, para poder finalmente decir "¡Basta!" y comenzar a cambiar la realidad.
La realidad no es así porque sí. No tiene conciencia de si misma, ni fue gestada por la naturaleza. Es de condición humana y la construimos entre todos. Porque la realidad es indestructible; puede mutar, o cambiar, pero jamas destruirse. Pero puede degenerarse o sanar. Y se encuentra dentro de todos la posibilidad de elegir. Elegir un camino. Yo ya elegí el mio.
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